Fuente de la imagen: mary1826 en pixabay |
(mvc, Málaga, España) Cabreada andaba, soportando un empalagoso calor húmedo. Apreté su mano sudorosa y me brindé a atenderla. “Las empresas públicas siempre estarán mal administradas porque son dirigidas por políticos; manejan ingentes cantidades de presupuesto y no optimizan los recursos”. Espetó. Me explicó el motivo de su tristeza y me afligí con ella.
Más sosegados, frente a un sombra (café con leche con un dedo de café) y escuchando la canción "Respirar" de Bebe, le trasladé la opinión que John Steele Gordon escribía en The Wall Street Journal, Why Government Can't Run a Business, acerca de los pésimos administradores de empresas que son los políticos.
De entre las siete razones que esta mañana he leído que John enumeraba, me acordé del fondo de las primeras cuatro, por la que los gobiernos son nefastos administradores, y procedí a comentarlas de la siguiente forma: 1. Los políticos sólo pueden tomar decisiones políticas, nunca económicas y menos financieras; 2. los políticos siempre necesitan titulares favorables; 3. los políticos tiran con pólvora ajena, es decir, utilizan el dinero de los demás; 4. los gobiernos no toleran la competencia.
¿Qué hacer? ¿Esperar a las próximas elecciones? Preguntó. "Al fin y al cabo, un voto es un voto y podría cambiar el rumbo o el color”. Respondí. "Llegarán los ganadores y colocarán a otros ineptos o, peor aún, mantendrán a los mismos con las chaquetas cambiadas”. Sentenció. “Pesimista te percibo, amiga”. Apuntillé. Fuente de la imagen: mary1826 en pixabay.