Garantías y uso racional de los medicamentos

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La Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios, fue un marco normativo en el ámbito de la salud pública en España. El Real Decreto Legislativo 1/2015[1], aprobado el 24 de julio de 2015, representa un paso más en la regulación de medicamentos y productos sanitarios en España. La necesidad de una revisión y actualización de la normativa existente se hizo evidente en un contexto marcado por la crisis económica, el aumento del gasto sanitario y la urgencia de establecer políticas más eficientes en el ámbito farmacéutico. Esta normativa procura sentar las bases para una regulación más coherente y global sobre medicamentos y productos sanitarios. Si bien ha mejorado la seguridad y la calidad del sistema de salud en España, es necesario que se continúe revisando y adaptando la normativa a medida que surgen nuevos desafíos en el campo sanitario. Se encomienda enfatizar el equilibrio entre la regulación y el acceso a medicamentos, garantizando que los pacientes no se vean perjudicados por las medidas de control. Además, una aproximación más colaborativa con todas las partes interesadas permite crear un entorno regulatorio que no solo sea seguro, sino también responsivo a las necesidades cambiantes de la población.

Así, el Real Decreto debe ser visto como parte de un proceso continuo de mejora en el ámbito de la salud pública y la farmacología en España. Ciertamente, previo a la promulgación de este Real Decreto, la Ley 29/2006 de 26 de julio, que regulaba las garantías y el uso racional de medicamentos y productos sanitarios, había comenzado a mostrar limitaciones. Las sucesivas modificaciones y normas adicionales habían llevado a un sistema fragmentado y a una regulación compleja y a menudo ineficaz. Con el fin de consolidar todas esas modificaciones y proporcionar un marco normativo claro y estable, se optó por la creación de un texto refundido que facilitara la comprensión y aplicación de la ley. Igualmente, la crisis económica que comenzó en 2008 tuvo un impacto severo en el sistema de salud, demandando una reevaluación de las políticas de financiación pública de medicamentos, lo que exigió la promulgación de reformas urgentes, incluyendo la introducción de nuevos sistemas de precios y descuentos en medicamentos. El principal objetivo del Real Decreto es ofrecer una regulación integral que aborde desde la investigación clínica hasta la dispensación de medicamentos, abarcando así todos los aspectos de la cadena de suministro y uso terapéutico de los fármacos.

Ello incluye la evaluación y autorización[2], el control farmacológico[3] y la transparencia en la financiación[4]. La implementación del Real Decreto tiene implicaciones para el Sistema Nacional de Salud[5]. No obstante, esas previsibles mejoras también traen consigo retos. Las Comunidades Autónomas han tenido que adaptarse a una mayor regulación, lo que requiere recursos y formación adicional para su correcta implementación. Las consultas a sectores afectados antes de la promulgación del decreto muestran un intento de construir un consenso entre las diferentes partes involucradas. También, se ha enfrentado a críticas por parte de los grupos de consumidores y pacientes, quienes argumentan que ciertas medidas pueden restringir el acceso a tratamientos necesarios. Por tanto, algunos expertos sostienen que la excesiva regulación podría llevar a una burocratización que retrase el acceso de los pacientes a tratamientos innovadores. Finalmente, la implementación de medidas de control también podría obstaculizar la flexibilidad necesaria para adaptarse a nuevas necesidades de salud pública que surgen con regularidad.
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[1] Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. BOE 177 de 25/7/2015.
[2] Asegurar que todos los medicamentos y productos sanitarios cumplan con estándares rígidos de calidad y seguridad antes de su comercialización.
[3] La introducción de mecanismos más robustos para la farmacovigilancia, asegurando seguimiento continuo sobre la relación beneficio-riesgo.
[4] Establecer directrices sobre cómo deben financiarse los medicamentos con fondos públicos y regular la información y publicidad de estos productos.
[5] Por ejemplo, sentando las bases para una mejora de los mecanismos de control y evaluación de medicamentos, lo que contribuye a una mayor seguridad en la dispensación y uso de fármacos.