sábado, 5 de febrero de 2011

Más Allá del Cumplimiento Formal

Fuente de la imagen: Integridad y coherencia (M. Velasco, 2007)
M. Velasco, 2011. Si eres follower del sitio Compliance (M. Velasco, 2010)[1] sabes que, desde hace un tiempo, el término "compliance" ha irrumpido con fuerza en mi vida, tanto en el aspecto empresarial, profesional e institucional, como en el docente, actividad que comienza a configurarse como un contrafuerte básico de la gobernanza corporativa. Sin embargo, observo que poco he reflexionado sobre la integridad (M. Velasco, 2007)[2], a medida que la implementación del cumplimiento normativo se generaliza, y, ahora que lo pienso, considero esta reflexión esencial, puesto que el compliance debería ir más allá de la mera observancia de normativas y procedimientos, hacia esa necesaria y, espero, indisoluble relación entre el compliance y la integridad, puesto que, menudo, nos centramos en los aspectos formales, en los controles, en los códigos, en la documentación, pero ¿Qué sucede cuando la esencia, la brújula moral, no se tiene en cuenta o, incluso, se pierde en el camino? Los expertos en estas lides (no los cantamañanas, advenedizos y temporeros) saben que la labor de construir un programa de compliance es ardua y necesaria, implicando identificar riesgos, establecer controles, formar al personal, crear canales de denuncia y, en definitiva, diseñar una arquitectura que asegure que la organización actúa conforme a la ley y las regulaciones internas. Es una herramienta poderosa para prevenir delitos, mitigar riesgos y proteger la reputación. Pero un compliance que se concibe únicamente como un escudo legal o una obligación burocrática, desprovisto de un genuino compromiso con la ética y los valores, corre el riesgo inherente de convertirse en un mero "maquillaje" corporativo. Aquí es donde entra en juego la integridad y ese ir más allá del "hacer lo correcto porque es legal". Es el "hacer lo correcto porque es lo correcto", incluso cuando no hay una norma específica que lo exija, e incluso cuando pudiera ser ventajoso actuar de otro modo. La integridad se asienta en los valores morales, en la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, en la honestidad, la transparencia y la responsabilidad. 

Es la fibra ética que impregna cada decisión y cada acción de la organización y de cada uno de sus miembros. Un programa de compliance robusto sin una cultura de integridad arraigada es como un coche de lujo sin motor: visualmente impresionante, pero incapaz de avanzar. Las políticas y procedimientos pueden ser perfectos sobre el papel, pero si no están sustentados por una convicción interna de actuar con rectitud, pueden ser fácilmente eludidos, interpretados a conveniencia o simplemente ignorados cuando la presión o la oportunidad aparece. En tales escenarios, el compliance se reduce a una fachada, un intento de evitar sanciones más que un compromiso real con la conducta ética. Por el contrario, cuando el compliance y la integridad se fusionan, se potencia una sinergia poderosa. La integridad proporciona el "por qué" y el "para qué" del compliance, dotándolo de un propósito superior. Y el compliance, a su vez, ofrece las herramientas y los mecanismos para que la integridad se materialice en el día a día de la organización. Es la estructura que permite que los valores se traduzcan en comportamientos, que los dilemas éticos se gestionen adecuadamente y que los desvíos sean detectados y corregidos. Y es que cultivar la integridad en una organización es una tarea compleja que requiere un liderazgo ejemplar, una comunicación constante de los valores, la coherencia entre las recompensas y el comportamiento ético y la valentía para abordar las faltas de forma justa y transparente. No es un destino, sino un viaje continuo y solo a través de este binomio indisoluble de compliance (como marco) e integridad (como cultura y convicción), las instituciones pueden aspirar a una sostenibilidad a largo plazo, a una reputación intachable y, fundamentalmente, a una contribución positiva y ética a la sociedad. En la era actual, el verdadero valor de una organización no se mide solo por sus resultados financieros, sino por la solidez de sus principios y la autenticidad de su compromiso. Fuente de la imagen: Integridad y coherencia (M. Velasco, 2007); mvc archivo propio.
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[1] Sitio visitado el 5/2/2011.
[2] Velasco-Carretero, Manuel (2007). Integridad y coherencia. Sitio visitado el 5/2/2011.